La luctuosa noticia apareció en los medios de comunicación hace unas fechas. Un joven sin el permiso de conducir se pone a aparcar el coche familiar en una calle de Madrid, con la aquiescencia de su padre. Es más, este se sitúa detrás del vehículo para dirigir la maniobra. El joven da marcha atrás bruscamente y arrolla a su progenitor, que perece en el siniestro. Una vida segada en una fracción de segundo. Una familia rota.
Por desgracia, no es nada inusual que aspirantes al permiso de conducir decidan (sin encomendarse a Dios, pero si al diablo), sustituir o complementar la preparación en una autoescuela con prácticas en el coche de papá o de mamá, con el beneplácito y la ayuda de sus mayores.
Modelo erróneo y obsoleto
Esto es ilegal, pero, sobre todo, peligroso, como suele decir el profesor Luis Montoro. Y lo es por razones que a nadie se le escapan. Ni los vehículos particulares están equipados para dar y tomar clases de conducción, ni los padres y demás parientes (tíos, hermanos, cuñados, etc.) son profesores de Formación Vial.
Por mucho que crean que saben, ignoran lo elemental: el aprendizaje de la conducción requiere un programa docente y un entorno seguro. En el fondo, quienes permiten que sus hijos se pongan a los mandos de un automóvil sin tener el carné, e incluso los inducen y animan a ello, cultivan la superstición de que, para conducir bien, basta con adquirir la soltura necesaria. Nos vamos al descampado cercano a la urbanización en la que vivimos y dejamos que el niño o la niña practiquen el cambio de marchas, la aceleración, el frenado, el aparcamiento…
Es el erróneo y obsoleto modelo de las habilidades, en el cual está implícito el prejuicio de que la práctica hace al conductor, no el conocimiento. La práctica es importante, pero el conocimiento lo es más aún. Además, es el conocimiento el que debe gobernar la práctica y no al revés.
No hay atajos
Sin unos fundamentos sólidos de seguridad vial, que únicamente los profesores de las autoescuelas pueden inculcar, nadie debería ponerse a los mandos de un vehículo. El aprendizaje de la conducción es un proceso que no admite quemar etapas y que requiere expertos debidamente cualificados, que lo dirijan y supervisen. Pretender que, practicando por nuestra cuenta, nos podemos ahorrar unas cuantas clases es un error que nos puede costar muy caro.
Démosle a la Formación Vial la importancia que tiene. Confiemos en la autoescuela y en sus profesionales; no nos creamos tan listos como para prescindir de las únicas personas que pueden enseñarnos a conducir de verdad. Si supiéramos que nos jugamos la vida en el envite, evitaríamos unas cuantas estúpidas tragedias por imprudencia.