Lo prometido es deuda. Hemos hablado de los puntos negros y nos queda hacer lo propio con los asesinos silenciosos, esos pavorosos personajes nada imaginarios relacionados estrechamente con los puntos negros. De hecho, punto negro es aquel donde actúan más a menudo los asesinos silenciosos.
Los científicos, que utilizan un lenguaje más acorde con su quehacer, hablan desapasionadamente de «factores de riesgo». Los hay exógenos y endógenos. Una señalización errónea o deteriorada sería ejemplo de lo primero. Y la fatiga, de lo segundo. La mala señalización puede confundir al conductor e inducirlo a tomar una decisión equivocada; o impedir que reaccione a tiempo. Es una especie de sabotaje.
Por su parte, la fatiga ocasiona una pérdida paulatina de la concentración y hace que disminuya nuestra percepción del entorno. Una enfermedad o un disgusto también minan la atención desde dentro. Y conducir es una operación que requiere poner los cinco sentidos y un uso frecuente del sexto (o sentido común).
Despistarse y quedarse en Babia
Los asesinos silenciosos suelen operar en grupo o formando tándem; rara vez actúan solos. No matan directamente, sino que preparan un escenario lleno de trampas, en el que el accidente grave es más probable.
Casi todo el mundo sabe que conducir bajo los efectos del alcohol o de las drogas es muy peligroso y que ingerirlos cuando se va a conducir o ponerse al volante bajo sus efectos equivale a jugar a la ruleta rusa. Sin embargo, la distracción no tiene tan mala prensa. Y eso que los expertos afirman que es ya uno de los mayores asesinos silenciosos en las carreteras. No en vano, en más de un 30% de los accidentes de tráfico con víctimas (muertos o heridos graves) concurre la distracción.
Según el diccionario, la distracción es, además de la acción y efecto de distraer o distraerse, una «cosa que atrae la atención apartándola de aquello a que está aplicada, y en especial un espectáculo o un juego que sirve para el descanso». Aquí caben desde el despiste esporádico hasta quedarse en Babia durante horas.
Un mero despiste al volante o cuando se cruza un paso de cebra como simple peatón puede ser fatal; con mayor motivo, quedarse en Babia. Pues bien, todo indica que la distracción que va ganando terreno es del tipo Babia.
El reverso de la maravilla
Las estupendas tecnologías de la comunicación tienen la ventaja de que nos conectan con personas y entidades que están muy lejos de nosotros. Atesoran el casi milagroso poder de abolir las distancias y amplían nuestros horizontes hasta límites insospechados. Pero hay un inconveniente: nos aíslan de nuestro entorno y succionan nuestra atención.
Si mantenemos una conversación por Skype desde nuestro cuarto, la cosa mola porque el entorno es seguro, salvo que hayamos puesto a hervir el agua para prepararnos un té y se nos vaya el santo al cielo. Asunto muy distinto es escribir un whatsapp desde el habitáculo de nuestro coche mientras circulamos. O hacernos un selfie en la misma situación.
Trasladar las condiciones de nuestro confortable pequeño mundo a la carretera (ámbito espacioso, abierto y a menudo hostil), fingiendo que nada de lo que sucede alrededor reviste importancia y apenas existe, es un sinsentido que podemos pagar muy caro. La distracción es un asesino silencioso que hace autoestop. No la subamos al coche.
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